lunes, 31 de marzo de 2014
lunes, 10 de febrero de 2014
El Marquesado de Los Velez.
El Marquesado de los Vélez es el título nobiliario castellano que la Reina Juana I la loca concedió a Pedro Fajardo y Chacón, cabeza del poderoso linaje murciano de los Fajardo, en 1507. Esta dignidad de carácter hereditario fue
(Reyes Catolicos)
otorgada en compensación a la incorporación del rico Señorío de Cartagena, propiedad de Don Pedro, a la Corona de Castilla. El Rey Carlos I elevó la merced a la Grandeza de España en 1535, en la persona del II Marqués. Fue ostentado por miembros de la Casa de los Vélez hasta 1713, desde cuando perteneció a diversos linajes hasta que entró a formar parte de la Casa de Medina-Sidonia en 1779.
Origen de la Familia.
Según las historias genealógicas posteriores, los Fajardo procederían de la localidad gallega de Ortigueira y se habrían trasladado al Reino de Murcia durante la invasión aragonesa de 1296-1304, aunque apellidándose Gallego. No hay datos históricos que avalen esa leyenda.
- El primer miembro de este linaje del que se tiene noticia cierta es Pedro López Fajardo, alcaide de Ceutí y Pliego durante el primer tercio del siglo XIV, que al parecer procedía de las encomiendas santiaguistas de la Corona
- El primer adelantado de la familia fue, en 1383, Alfonso Yáñez Fajardo I, nombrado por Juan I. Superó graves problemas internos en el Reino de Murcia y destacó por su victoria sobre el caudillo granadino Farax ben Reduán, a quien derrotó en el Puerto de la Olivera, así como por la ayuda que prestó a Juan I en tierras portuguesas (1382).
- Tras un paréntesis de 18 años, su hijo, del mismo nombre, Alfonso Yáñez Fajardo II, ocupó el adelantamiento (1424-1444), quedando el cargo desde entonces como una especie de herencia familiar. Yáñez Fajardo II era hijo de la segunda esposa del adelantado, Teresa Rodríguez de Avilés, pero acabó convirtiéndose en la cabeza del linaje. Fue un esforzado militar en la frontera granadina, destacando las campañas que realizó entre 1433 y 1438. Tomó Xiquena y Tirieza, y fue el primero en conquistar el futuro feudo de su familia en los Vélez, ocupando también varias plazas en el valle del Almanzora. La mayoría de estas conquistas se perdieron a su muerte, a la que siguió un periodo de supremacía militar granadina.
El ascenso.
El ascenso social del linaje Fajardo es característico de la nueva nobleza que surge como apoyo a la dinastía Trastámara y está ligado al desempeño del cargo de Adelantado Mayor del Reino de Murcia y, como tal, a la defensa militar de éste, frontera con el Reino de Granada.
Yáñez Fajardo II contrajo dos matrimonios, el primero con María Rodríguez Mexía, de la que nació el primogénito, Alonso Fajardo, que murió combatiendo en la rambla de Vera (1434). El segundo enlace fue con María de Quesada, de la que nació el primer Pedro Fajardo, abuelo de su homónimo el primer marqués de los Vélez.
- D. Pedro Fajardo Quesada fue el gran adelantado del Reino de Murcia. Ocupó la más alta magistratura murciana durante tres reinados (1444-1482): Juan II, Enrique IV e Isabel la Católica. Durante su minoría, su primo, el famoso Alonso Fajardo «el Bravo», le disputó el adelantamiento. Fajardo el Bravo fue el protagonista de la principal victoria murciana sobre los granadinos en los Alporchones (17 de marzo de 1452), sin embargo acabó derrotado por su primo Pedro en su último bastión de Caravaca (1465), donde escribió a Enrique IV la famosa carta que le ha dado fama. Pedro Fajardo fue el hombre más poderoso del sureste peninsular. Recibió el señorío de Cartagena de manos de Enrique IV, que después restituiría a la Corona a cambio de los Vélez y Cuevas.
El Marquesado.
A partir del siglo XVI, los Fajardo, convertidos en la estirpe más eminente del Reino de Murcia, comenzaron a enlazar familiarmente con la alta nobleza española. A título anecdótico señalar que también pariente lejano de los marqueses de los Vélez fue el famoso escritor y diplomático don Diego Saavedra Fajardo (1584-1648), descendiente de Pedro López Fajardo (¿ 1410), hijo del adelantado Alonso Yáñez Fajardo I. En este siglo vivieron algunos de los marqueses mas destacados:
- D. Pedro Fajardo Chacón (1478? -1546) I marqués de los Vélez. Hijo del matrimonio auspiciado por los Reyes Católicos entre su contador Juan Chacón y Luisa Fajardo Manrique. Guerrero, cortesano, prototipo del indómito noble español del Renacimiento, a la vez que Adelantado de Reino de Murcia, negociante en el mercado de alumbres europeo. Casó tres veces, con su segunda mujer , Mencía de la Cueva, tuvo a su primogénito y heredero, Luis Fajardo. El 12 de julio de 1507 Juana la Loca le otorgó el título de marqués de los Vélez. Tuvo cierta simpatía al levantamiento comunero contra Carlos V. Por ello, en los primeros años de su reinado se mantuvo distante de los intereses de la Corona, aunque, después, poco a poco don Pedro intentó congratularse con ella para ganar sus favores. Su carácter belicoso y la fuerte personalidad del obispo de Almería, don Diego de Villalán, les llevó a enfrentamientos continuos. Los pleitos fueron constantes durante todo el período que coincidieron ambos en el poder , tanto por diferencias en el reparto del cobro de diezmos como por la negativa de don Pedro a costear la construcción de las nuevas iglesias en las villas velezanas.
- D. Luis Fajardo de la Cueva (Murcia, ¿1509?-Vélez Blanco, 1574). II marqués de los Vélez. Recibió una esmerada educación renacentista. Casó en 1526 con Leonor de Córdoba y Zúñiga, hermana del Gran Capitán. En 1535 obtuvo el marquesado de Molina. Colaboró con Carlos V en diversas campañas militares en Europa y el norte de África. Negoció secretamente con los moriscos para enfrentarlos a la comunidad cristianovieja velezana y mejorar su fuerza frente a éstos. Al mismo tiempo, otorgó mercedes de tierras a familias moriscas para que se establecieran en los Vélez y aumentasen sus rentas. Su enemistad con el duque de Alba le llevó a avivar los pleitos que enfrentaban al concejo velezano con el de Huéscar, señorío de Alba, por sus límites y por los pastos. Durante la guerra de las Alpujarras (1568-1570) organizó un cuerpo de ejército con el que realizó tres campañas militares, rivalizando con el marqués de Mondéjar , capitán general del Reino de Granada.
- D. Pedro Fajardo Córdoba (Vélez Blanco, ca. 1530- Murcia, 1579). III marqués de los Vélez. Heredó el título cinco años antes de morir. Su vida fue la de un alto ejecutivo de la Corte de Felipe II. Consejero de Estado, embajador en Polonia y Alemania, mayordomo mayor de la reina Ana de Austria. Cayó en desgracia en la Corte por su relación con Antonio Pérez y, sobre todo, por su implicación en el asesinato de Escobedo. Enfermo y desengañado de la política de la Corte, falleció cuando se dirigía a sus estados velezanos para tomar posesión del marquesado y refugiarse en ellos. Representa el final de la presencia del señor en el territorio velezano. Es el primer marqués que vivió totalmente distanciado de sus posesiones.
Los Marqueses de los Vélez son considerados la primera casa tanto del Reino de Granada como del Reino de Murcia por haber ostentado su Adelantazgo Mayor y Capitanía general durante más de 350 años. A lo largo de los siglos XIV, XV y XVI, estos cargos les permitieron monopolizar todas las funciones gubernativas, administrativas y militares del Reino, que en épocas posteriores fueron perdiendo para convertirse en títulos meramente representativos. En 1535, el Emperador reconoció la importancia de su linaje otorgándoles la Grandeza de España y un título para sus herederos: el Marquesado de Molina. De este modo, los Fajardo entraron a formar parte del selecto grupo de la primera nobleza, la élite nobiliaria castellana que acaparaba los cargos más importantes del Ejército, la Corte y el gobierno de las colonias. En estos círculos consiguieron entroncar con las principales Casas del Reino mediante alianzas matrimoniales, que garantizaban preeminencia social y enriquecían el mayorazgo a través de las dotes, que generalmente incluían señoríos y propiedades diversas. El matrimonio del III Marqués ejemplifica este aspecto a la perfección, pues desposó a la heredera universal de Don Luis de Requeséns, Mencía de Requeséns, dueña de las ricas baronías de Martorell, Castellví de Rosanes, Molins de Rey y Sant Andreu. En 1693, la jefatura de la Casa de Fajardo se perdió en línea de varón lo que hizo dar un giro a la importancia histórica del Marquesado. A pesar de llevar adjunta la Grandeza de España, el título dejó de ser usado como principal al pertenecer a linajes diferentes, en los cuales primaban sus dignidades tradicionales. Desde entonces, los logros y hazañas de sus titulares se asocian a la Casa de Paternó, a la Casa de Villafranca del Bierzo, tras el matrimonio del VIII Marqués de Villafranca con la Marquesa Catalina Moncada d'Aragona, y posteriormente a la Casa de Medina-Sidonia, una de las principales del Reyno por su grandeza y antigüedad, cuando - recayó sobre José Álvarez de Toledo y Gonzaga, IX Marqués de los Vélez y Villafranca, tras la muerte de su primo, el XIV Duque de Medina-Sidonia, muerto sin descendencia. En esta Casa se encuentra todavía el Marquesado de los Vélez, en la persona de Leoncio González de Gregorio. Su madre Luisa Isabel Álvarez de Toledo y Maura, realizó numerosos acuerdos con los Ayuntamientos del territorio de los Vélez para revitalizar la memoria histórica.
Feudos.
El término jurisdiccional del Marquesado se circunscribe a la actual Comarca de los Vélez, es decir, las villas almerienses de Vélez Rubio, Vélez Blanco, María y Chirivel, junto con los territorios de Albox, Benitagla, Albanchez y Arboleas. No obstante, el enorme patrimonio de los Fajardo en el Reino de Murcia también se incluyó en el mayorazgo de los Vélez, de tal manera que la mayor parte de sus rentas feudales provenían de las posesiones en esta región. Estas eran los señoríos de Mula, Molina Seca, Alhama, Librilla, Oria, Mazarrón y las Cuevas de Almanzora, cada uno de los cuales incluía en sus territorios diversas poblaciones menores, por lo que el Marquesado comprendía alrededor de 114 lugares en las provincias de Murcia, Almería y Granada. El estado feudal de los Vélez estuvo ligado a los Marqueses hasta 1837, cuando se produjo la definitiva abolición del régimen señorial planeada en las Cortes de Cádiz de 1812. Con esto, el XIV Marqués de los Vélez pudo vender la mayor parte de sus propiedades murcianas y solventar numerosas deudas que había contraído. No obstante, algunas propiedades han seguido vinculadas a sus descendientes, no como señoríos sino bajo la denominación de fincas, hasta nuestros días. Este es el caso de El Azaraque en Alhama de Murcia, actualmente propiedad de Don Enrique Falcó, Conde de Elda, o el malogrado Castillo de Vélez-Blanco, recientemente vendido por Don Salvador Ferrandis, Marqués de Valverde.
Fuentes: El Marquesado de Los Velez www.regmurcia.com
El Marquesado de los Velez-Wikipedia
martes, 26 de noviembre de 2013
Breve Historia de Almeria
El lugar que ocupa la actual provincia de Almería es, en palabras del prestigioso historiador y arqueólogo Luis Siret, "un impresionante museo natural". Ello se explica, en principio, por las tres culturas neolíticas que se dan en el territorio de la provincia, hecho que es único en nuestro continente: la de Almería, la de Los Millares y la de El Argar, con su aportación a la cultura campaniforme y celta. En el periodo clásico, son muchas las poblaciones íberas y las colonias fenicias y cartaginesas que cobran importancia en Almería. Es destacable la importancia de varias poblaciones ya en la Roma clásica, como las de Urci (junto a Villaricos), Abdera (Adra), Murgi (El Ejido), Baria (Vera) o Tagilis (Tíjola).
El puerto de la actual capital de Almería (Portus Magnus) ya era explotado y apreciado por los comerciantes del Lacio. El puerto de Almería fue en el siglo X uno de los principales puertos de la base naval del Califato de Córdoba. Con la muerte de Hixem II, se desmorona el Califato de Córdoba apareciendo los Reinos de Taifas en el siglo XI, en el que Almería se independiza bajo el mandato de Jairán. Sigue cobrando importancia, llegando a ser, como reino independiente, una de las taifas más prósperas. La ciudad tenía al menos quince puertas, que guardaban la entrada a una ciudad de cerca de un millón de metros cuadrados, laberíntica y abigarrada. De todas esas puertas, los contemporáneos destacaban por su belleza tres de ellas, que tenían un raro patio interior (en toda la España musulmana, sólo había dos ejemplos más de este tipo de puertas: una en Sevilla y otra en Granada).
Llegó a contar con 10.000 telares, que creaban maravillosos tejidos de seda, entre los que destacaban un “tejido de Almería” que era exportado a casi todo el mundo árabe. Las crónicas medievales destacan la actividad comercial de la ciudad y de la prontitud con que los almerienses hacían frente a los pagos. No sólo los tejidos, sino esclavos (Pechina y Verdún eran los comercios de esclavos más grandes de toda Europa), orfebrería y mármol (se han encontrado lápidas funerarias de mármol de Macael hasta en Nigeria) eran su fuerte.
El puerto almeriense era uno de los más importantes del Mediterráneo en época califal, de taifas y con los almorávides. Estos últimos dieron cobijo a piratas, convirtiendo al puerto no sólo en la envidia sino, también, en el terror de sus enemigos. El investigador Florentino Castro Guisasola publicó en 1930 el libro El esplendor de Almería en el siglo XI. La Almería musulmana está presente en muchos textos medievales, como el Romance del Conde Arnaldo o Las Serranillas, del Marqués de Santillana. Los árabes también cantaron las magnificencias de la ciudad, como el sabio almeriense del siglo XIV, IbnJatima, en su libro Ventajas de Almería respecto a los otros países de España. Lo que se ha venido llamando siglo de oro de la ciudad rozaba su cénit cuando el Papa Eugenio III convocó una cruzada contra la ciudad. Cristianos del sur de Europa se reunieron para acabar con la cruel Almería, como la llamaban los juglares de la época.
En el sur de Francia, los romances comparaban Almería con una “piscina” que lavaría los pecados de aquellos que se unieran a la cruzada. El conde Ramón Berenguer de Barcelona, Alfonso VII de León, el rey García Ramírez IV de Navarra y Álava (nieto del Cid) o el gran duque Guillermo VI de Montpellier junto con genoveses y pisanos (que veían como una infranqueable competencia el emporio del puerto de la ciudad y que habían sufrido los ataques de su flota), se dieron cita ante las murallas de Almería. Cada uno traía entre sus huestes a lo más granado de la caballería europea, nombres protagonistas de romances medievales (como el conde de Astorga, Ramiro Flores de Guzmán, llamado la “Flor de las Flores” en el “Poema de Almería”, compuesto a raíz de la conquista). Tras una breve pero intensa resistencia, las murallas fueron asaltadas por doce puntos. Alfonso VII no quiso negociar paz alguna. De los habitantes de la ciudad, 10.000 pudieron huir milagrosamente hacia Murcia y 20.000 se refugiaron en la Alcazaba. De estos últimos, la mayoría de los varones fueron acuchillados. Alfonso VII, “el Sultancillo”, como le llamaban despreciativamente los almerienses, devastó Almería y destruyó sistemáticamente las industrias de la ciudad en 1147.
El botín fue repartido entre los soldados, si bien los nobles se llevaron la mejor parte. Los jefes genoveses se apropiaron del “Sacro Catino”, una gran fuente de esmeralda finamente tallada a seis puntas en la que, según la tradición, Jesucristo sirvió el cordero en la última cena. Alfonso VII se llevó partes de la gran mezquita, que depositó en el Monasterio de las Huelgas de Burgos, y ricos tejidos, con los que sería confeccionada la famosa casulla de San Juan de Ortega. El conde de Barcelona se llevó las espectaculares puertas de la Puerta de Pechina, forradas de cuero de buey y tachonadas con clavos de bronce, cuya última pista nos lleva a la capilla vieja de la Universidad de Barcelona. Tras diez años de dominio castellano, hasta 1157, los almohades lograrían recuperar la ciudad e intentan devolverle su antiguo esplendor, sin conseguirlo.
Los granadinos la hacen luego su puerto principal. Es destacable el asedio que volvió a sufrir en 1309 por parte de las tropas de Jaime II de Aragón, que no pudieron con la sólida resistencia almeriense. En esta época, Almería es el escenario de batallas, incursiones y razzias entre los cristianos de Murcia y los moros de Granada. Y en esta época probablemente tiene origen el dicho: Cuando Almería era Almería, Granada era su alquería.
Durante el siglo XV, las luchas por el trono del reino de Granada se irán sucediendo, proclamándose rey de Almería Abdalá El Zagal, reinado que durará poco tiempo porque el 26 de diciembre de 1489, los Reyes Católicos conquistan la ciudad y El Zagal les entrega las llaves de Almería. Almería en época musulmana se dividía en tres barrios: El núcleo primitivo fue La Medina. El arrabal de Al-Hawd (El Aljibe), actuales barrios de La Chanca y Pescadería. El arrabal de La Musalla que se extendía desde la actual calle de La Reina hasta la Rambla Obispo Orberá.
Al brusco deterioro de las prosperidad de Almería se añadió una sucesión de terremotos, dos de los cuales fueron terribles: el de 1518, que elimina para siempre la Vera musulmana, matando a todos sus habitantes, y el de 1522, que se dejó sentir hasta en las Azores, y que devastó Almería por completo, convirtiéndola casi en un solar y siendo la principal causa de la destrucción de la práctica totalidad de los edificios que los árabes habían levantado en ella, así como de la catedral antigua. Estos terremotos y la esquilmación demográfica hacen que apenas haya mención a Almería hasta la modernidad. Es en el siglo XIX cuando resurge su puerto debido a la extracción minera y la exportación de uva de Berja y Ohanes. Fue designada capital de la provincia homónima en la nueva reasignación de finales de este siglo.
El puerto de la actual capital de Almería (Portus Magnus) ya era explotado y apreciado por los comerciantes del Lacio. El puerto de Almería fue en el siglo X uno de los principales puertos de la base naval del Califato de Córdoba. Con la muerte de Hixem II, se desmorona el Califato de Córdoba apareciendo los Reinos de Taifas en el siglo XI, en el que Almería se independiza bajo el mandato de Jairán. Sigue cobrando importancia, llegando a ser, como reino independiente, una de las taifas más prósperas. La ciudad tenía al menos quince puertas, que guardaban la entrada a una ciudad de cerca de un millón de metros cuadrados, laberíntica y abigarrada. De todas esas puertas, los contemporáneos destacaban por su belleza tres de ellas, que tenían un raro patio interior (en toda la España musulmana, sólo había dos ejemplos más de este tipo de puertas: una en Sevilla y otra en Granada).
Llegó a contar con 10.000 telares, que creaban maravillosos tejidos de seda, entre los que destacaban un “tejido de Almería” que era exportado a casi todo el mundo árabe. Las crónicas medievales destacan la actividad comercial de la ciudad y de la prontitud con que los almerienses hacían frente a los pagos. No sólo los tejidos, sino esclavos (Pechina y Verdún eran los comercios de esclavos más grandes de toda Europa), orfebrería y mármol (se han encontrado lápidas funerarias de mármol de Macael hasta en Nigeria) eran su fuerte.
El puerto almeriense era uno de los más importantes del Mediterráneo en época califal, de taifas y con los almorávides. Estos últimos dieron cobijo a piratas, convirtiendo al puerto no sólo en la envidia sino, también, en el terror de sus enemigos. El investigador Florentino Castro Guisasola publicó en 1930 el libro El esplendor de Almería en el siglo XI. La Almería musulmana está presente en muchos textos medievales, como el Romance del Conde Arnaldo o Las Serranillas, del Marqués de Santillana. Los árabes también cantaron las magnificencias de la ciudad, como el sabio almeriense del siglo XIV, IbnJatima, en su libro Ventajas de Almería respecto a los otros países de España. Lo que se ha venido llamando siglo de oro de la ciudad rozaba su cénit cuando el Papa Eugenio III convocó una cruzada contra la ciudad. Cristianos del sur de Europa se reunieron para acabar con la cruel Almería, como la llamaban los juglares de la época.
En el sur de Francia, los romances comparaban Almería con una “piscina” que lavaría los pecados de aquellos que se unieran a la cruzada. El conde Ramón Berenguer de Barcelona, Alfonso VII de León, el rey García Ramírez IV de Navarra y Álava (nieto del Cid) o el gran duque Guillermo VI de Montpellier junto con genoveses y pisanos (que veían como una infranqueable competencia el emporio del puerto de la ciudad y que habían sufrido los ataques de su flota), se dieron cita ante las murallas de Almería. Cada uno traía entre sus huestes a lo más granado de la caballería europea, nombres protagonistas de romances medievales (como el conde de Astorga, Ramiro Flores de Guzmán, llamado la “Flor de las Flores” en el “Poema de Almería”, compuesto a raíz de la conquista). Tras una breve pero intensa resistencia, las murallas fueron asaltadas por doce puntos. Alfonso VII no quiso negociar paz alguna. De los habitantes de la ciudad, 10.000 pudieron huir milagrosamente hacia Murcia y 20.000 se refugiaron en la Alcazaba. De estos últimos, la mayoría de los varones fueron acuchillados. Alfonso VII, “el Sultancillo”, como le llamaban despreciativamente los almerienses, devastó Almería y destruyó sistemáticamente las industrias de la ciudad en 1147.
El botín fue repartido entre los soldados, si bien los nobles se llevaron la mejor parte. Los jefes genoveses se apropiaron del “Sacro Catino”, una gran fuente de esmeralda finamente tallada a seis puntas en la que, según la tradición, Jesucristo sirvió el cordero en la última cena. Alfonso VII se llevó partes de la gran mezquita, que depositó en el Monasterio de las Huelgas de Burgos, y ricos tejidos, con los que sería confeccionada la famosa casulla de San Juan de Ortega. El conde de Barcelona se llevó las espectaculares puertas de la Puerta de Pechina, forradas de cuero de buey y tachonadas con clavos de bronce, cuya última pista nos lleva a la capilla vieja de la Universidad de Barcelona. Tras diez años de dominio castellano, hasta 1157, los almohades lograrían recuperar la ciudad e intentan devolverle su antiguo esplendor, sin conseguirlo.
Los granadinos la hacen luego su puerto principal. Es destacable el asedio que volvió a sufrir en 1309 por parte de las tropas de Jaime II de Aragón, que no pudieron con la sólida resistencia almeriense. En esta época, Almería es el escenario de batallas, incursiones y razzias entre los cristianos de Murcia y los moros de Granada. Y en esta época probablemente tiene origen el dicho: Cuando Almería era Almería, Granada era su alquería.
Durante el siglo XV, las luchas por el trono del reino de Granada se irán sucediendo, proclamándose rey de Almería Abdalá El Zagal, reinado que durará poco tiempo porque el 26 de diciembre de 1489, los Reyes Católicos conquistan la ciudad y El Zagal les entrega las llaves de Almería. Almería en época musulmana se dividía en tres barrios: El núcleo primitivo fue La Medina. El arrabal de Al-Hawd (El Aljibe), actuales barrios de La Chanca y Pescadería. El arrabal de La Musalla que se extendía desde la actual calle de La Reina hasta la Rambla Obispo Orberá.
Al brusco deterioro de las prosperidad de Almería se añadió una sucesión de terremotos, dos de los cuales fueron terribles: el de 1518, que elimina para siempre la Vera musulmana, matando a todos sus habitantes, y el de 1522, que se dejó sentir hasta en las Azores, y que devastó Almería por completo, convirtiéndola casi en un solar y siendo la principal causa de la destrucción de la práctica totalidad de los edificios que los árabes habían levantado en ella, así como de la catedral antigua. Estos terremotos y la esquilmación demográfica hacen que apenas haya mención a Almería hasta la modernidad. Es en el siglo XIX cuando resurge su puerto debido a la extracción minera y la exportación de uva de Berja y Ohanes. Fue designada capital de la provincia homónima en la nueva reasignación de finales de este siglo.
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